Al abrir los ojos esta mañana se me escapó una sonrisa. Creo que aún estaba medio dormida, fue ese gesto el que me terminó de despertar.
El origen de mi ánimo fue notar que estoy aprendiendo a distinguir tus tonos de voz. Tu tono cuando me cuentas cosas que te importan y el que usas para llenar el tiempo con temas más banales. El tono que usas cuando me arremetes para picarme. Tu voz al hablar de tu pasado es tan distinta a la que te sale para hablar de tus padres.
Me gusta tu prudencia al plantearme temas políticos. Me divierte que admitas que no sueles introducir la política en tus conversaciones pero que conmigo te causa curiosidad tocarla.
Has tardado mucho en utilizar cualquier expresión en la que aparezca la palabra "contigo" y sé de tu cautela al hacerlo.
Todo está tan en el aire que eludimos el "tú y yo".
Aunque no necesito verbalizar ningún "contigo", "nosotros" o "tú y yo" para saber que, cada día más, me apetece repetirte.
Te repito porque me sacias sin empalagarme ni empacharme.
Reincido en ti porque a cada lametón o bocado, tu sabor es distinto.
Eres una pieza que me encaja de forma natural. No te oculto ninguna de mis caras porque me percibo espontánea contigo en la fiesta más lunática, en un restaurante japonés refinado, en una función de teatro estrambótico o en los bancos de la plaza del dos de mayo con dos cervezas de lata.
Me provocas calma y nerviosismo a la vez.
Te siento con recelo e ímpetu simultáneos.
Llega un momento en el que todo eso se transforma en excitación.
Es entonces cuando sacas mi lado más carnal.
Me intuyo fuera de control y huyo de cualquier cosa que me encorsete. Por eso necesito que me quites la ropa con rapidez.
¡Y qué bien me lo haces!
Nada, me levanté de la cama porque eran casi las 10.
Encendí el ordenador. Y puse León Benavente.
Tengo que reconocer que en las primeras estrofas de "Las ruinas" me noté tan caliente como anoche mientras sonaba ese tema.
Y claro, tuve que volver a la cama.
Parece que la sintonia abstrae
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