martes, 22 de septiembre de 2015

Otoño I

La contaminación lumínica debe jugar un papel importante, aunque me resulte inapreciable. Subo San Bernardo desde la Gran Vía y se me desvía la mirada hacia el cielo.

Giro a la derecha hacía Espíritu, mi hogar, y ahí me parece que la noche brillase más. No sé qué sucede pero ando enamorada de esta ciudad. Al mirar sus calles, siento como si el estado y la temperatura de Malasaña se adaptase a mí. La noto arder cuando yo ardo, la siento a fuego lento cuando me advierto destemplada y me muerde gélida cuando la nostalgia me pisa los talones.
Pero siempre la siento como un cielo despejado plagado de estrellas expectantes de mis deseos. A veces me descubro lunática hablando con ella. No siento riesgos porque hemos encajado, y yo la quiero. La amaré por siempre.


A cada esquina de Callao y a cada parque del Retiro. Pasear por Huertas o por Hortaleza y seguir confundiendo sus nombres. La manera de aclararlo siempre es mirar alrededor y pensar: ¿Estás en el Barrio de las Letras o en Chueca?. La respuesta me la da el escenario, es la clave inconfundible. El vértigo de la Gran Vía en hora punta y que cada paso de peatón me haga sentir más viva y más fuerte. Las escaleras del metro con su lado izquierdo para correr del que antes me apartaba, ahora me seduce porque me percibo con energía y ganas de correr. Pasar por Tribunal con una lata de mahou en la mano y bajar por la Corredera hasta Pez para terminar en mi bar, ese lugar plagado de IPAS y lager’s que siento como un refugio.


Pues nada, es cierto eso de que una se enamora cuando menos lo busca y espera.


Y Madrid…pienso apostar fuerte porque nuestra historia no sé si durará para siempre, pero algo me dice que ambas estamos dispuestas a intentarlo.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Vísperas del otoño en Madrid

Lo intento.
Prometo que aspiro a encontrar las palabras exactas. 

Es imposible.
Aún no consigo darle forma a la felicidad. 

Se me da mejor vivirla.

"Parecía que estaban a punto de caerse
pero no: cuando ella tropezaba, la 
sostenía él; cuando él se tamboleaba, lo
enderezaba ella. A dúo andaban, bien
agarraditos el uno del otro, pegados
el uno al otro en los vaivenes del mundo."

Galeano