miércoles, 22 de octubre de 2014

iónico versus convalente

Es agotador este otoño de ni frío ni calor. 

Las temperaruras siguen siendo tan asfixiantes como a principios de junio y así no hay manera de ponerse el abrigo. En AEMET ni siquiera se vislumbra una relevante bajada de temperaturas para la próxima semana y yo necesito el frío. En teoría lo aborrezco pero, sin saber por qué, en este momento me urge que todo se vuelva gélido. 

Este tiempo me recuerda tanto a junio. 

Ese mes me apetece mucho Cádiz y la primera visita al centro fenicio por excelencia, siempre implica un punto de inflexión para el resto del verano. El primer mar que quiero ver cada año siempre es el gaditano.

Este octubre me recuerda en grados centígrados a comienzos del verano. 

Así que probaré suerte y me voy pá Cádiz a respirar su sal.

Espero que en mi batalla iónica triunfe la sal y equilibre el empalagamiento mental que me persigue las últimas semanas.

sábado, 18 de octubre de 2014

Torreblanca

Mi rechazo al barrio empezó en la adolescencia y poco a poco se me fue enquistando de manera obsesiva.
Torreblanca estos días cambió de color.

No me había dado cuenta de lo que añoraba comer en casa y ver como automáticamente nos sentamos en nuestro sitio en la mesa. La comida siempre desemboca en hablar de política con mi padre y es el único que me tolera mis formas de mierda y mi crispación innata cuando se me lleva la contraria.

El cigarro en mi patio. Mi patio lleno de plantas de mis abuelas, recuerdo las discusiones de Isabel y María acerca de quién nos regalaba las plantas más bonitas. Siempre han competido por nuestro cariño las muy idiotas. Afortunadamente aún lo hacen.

Echarme la siesta en mi sofá y que mi madre me despierte con la merienda. Hacía meses que no merendaba porque, en realidad, no me gusta hacerlo sin ellos.

Echarle broncas a mi hermano por sus pintas y su música es algo histórico pero estos días en casa no he seguido mis cauces naturales. Mi niño es la persona con mejor corazón que conozco y me admira una barbaridad. Nunca me había dado cuenta porque siempre ha estado harto de que lo comparen conmigo y saliese perdiendo. Jamás saldrá perdiendo ni ganando con respecto a mí porque me tiene a su lado y no enfrente.

Mi hogar es donde estén ellos y estos días me han dado impulso. Impulso para sentir que no necesito refugiarme en nada ni en nadie para no sentirme sola. Estar sola ha sido mi opción, no mi obligación. Además de lo relativo de la soledad que, sin duda, estoy mucho menos sola que hace dos años.


Y ya era hora de que me muriese de alegría al ver a mi pelirroja en la cocina haciendo mil y un dulces, de observar a mi padre en el sofá tocando Clapton con la guitarra porque sabe que lo estoy escuchando y que me pregunte: ¿me sale bien? con la media sonrisa que se le pone cuando toca para mí.


Torreblanca en otoño es maravillosa porque sus calles son mi infancia, los caminos a casa de mis abuelas, mis primeros besos y las primeras discusiones pasionales en sus esquinas, las originarias paredes que comencé a encolar para pegar carteles del Sáhara.



Me había olvidado de lo torreblanqueña que soy.

martes, 14 de octubre de 2014

Tal vez

Tal vez,
lo más fácil sería echarle la culpa al vino,
a las canciones o al momento.

Quizás,
la certeza de saber
que los daños colaterales del día después
estarían silenciados por 2000 km de distancia,
besos y palabras,
fue un columpio hasta mis labios.

Llegaste,
yo no te esperaba
y aunque los gestos siempre son provisionales,
volví a ver en tus ojos puertas abiertas.
La noche cabía en tus pupilas.

Hablamos de nuestros triunfos, fracasos,
ya sabes que a veces el pasado
es como un dulce con sabor amargo.

El deseo abrió sucursales entre nosotros,
después de aparcar nuestros corazones
en un pozo cerca del océano
desaté mis manos y tus botones
y te robé la ropa de más que te puso el invierno.

Hoy no busco respuestas
y lo que más me gusta de ti
es todo lo que no sé.
Tampoco busco que entre nosotros
se escriba la palabra
amor.
Pero espero,
tal vez,
que uno de estos días
tropieces con las ganas de verme
y me llames
cuando yo no te espere.


Diego Ojeda

lunes, 6 de octubre de 2014

Mientras dura la mala racha

Es una constante este otoño. 

Siento una necesidad perpetua de poner orden, darle armonía y equilibrio a todo. Soy la anarquía más caótica que mi cerebro puede imaginar.

Y no sé cómo meterme mano, cómo saber por dónde empezar. Me cuesta sacar fuerzas para seguir respirando este aire viciado, este aire que comienza a serme tóxico.

Todo esto no significa que esté mal ni triste. No tengo obstáculos concretos, no sé detectar nada preciso que me estorbe ni me fastidie. Sencillamente no estoy acostumbrada a sentir esta falta de aliento, iniciativa, impulso y, lo más importante, esta ausencia de estímulos.

No sé si son tiempos turbios sin más, no sé si estoy equivocándome en algo que aún no he conseguido detectar, tampoco sé si me estoy anclando en la búsqueda de la Ana de hace 8 años y estoy intentando recuperar cosas que ya no existen, que no siento ni pienso. Cosas no materiales sino elementos que creía que formaban parte de mí y no los encuentro, por más que los busco.

Mis días están cargados de distracciones banales y, como dice Galeano, siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna de ellas.

No sé de dónde vendrá, tal vez sea yo misma quién tenga que dármelo pero necesito un abrazo tan fuerte que me rompa los miedos.

Espero que la mala racha sea lo más efímera posible.