jueves, 26 de febrero de 2015

Madrid con ganas y vértigo.

Salí de trabajar e hice el camino a casa por calle Betis.
Las vistas de Sevilla desde esa calle siempre me han parecido una pasada, sin embargo, esa noche, algo me hizo sospechar que tenía que marcharme.
Que para seguir adorando Sevilla tenía que alejarme de ella.

¿Qué me ata?

No me ata nada porque las ataduras denotan compromiso y odio los compromisos. Las tareas escogidas libremente me fascinan, ordenen el nivel de sacrificio que requieran.
Y aquí hace dos años que mis planes y proyectos se fueron a la mierda. Desde entonces no me motiva la ciudad, me estanca y me limita.

Esa noche supe que llevo meses buscando incentivarme en encontrar un objetivo concreto. Una meta que alcanzar y lo que me falla es el ritmo.
Ese caminar cansado y, a veces, derrotado.

En dos días moví todos los hilos que estaban en mis manos y es que soy una tía tan afortunada. Tengo tan buenos amigos que casi no me ha hecho falta pedir ayuda para marcharme y ya me han ofrecido mucho más de lo que necesito.

El apoyo de mis padres me animó tanto. Que comprendan que en Sevilla he ido agotando opciones y estoy empezando a consumirme.
Alba y yo acordamos poner fin a nuestra convivencia. Se lo tomó mucho mejor de lo que esperaba. 15 meses viviendo juntas y hemos pasado casi por cualquier situación. 
Marzo lo vivimos con la fianza y sólo lo vamos a dedicar a disfrutar de las comidas/cenas/mañaneos con nuestros amigos para llevarnos el mejor sabor de boca de esta etapa que se cierra.
Jesús abre oficina de su empresa en Sol y sólo tuve que decirle que tenía en mente cambiar de aires para que me llamase inmediatamente al móvil y me dijera que lo que necesitara.
Sheila se acaba de meter en una hipoteca en Carabanchel y se puso como loca cuando la llamé. No paraba de decirme lo feliz que la hacía el saber que iba a tenerme cerca. Ya me esta montando el dormitorio porque me obliga a estar con ella, al menos, tres o cuatro meses mientras me adapto. Yo encantada de que mis inicios sean a su lado.

Abril y Mayo los pasaré en casa de mis padres que me apetece disfrutarlos para coger fuerzas antes de marcharme.

Y me da un vértigo bestial porque me marcho sola sin saber muy bien a qué, por cuánto tiempo o buscando qué. 

Pero quiero marcharme.
Necesito cambiar de aires.
Ansío ilusionarme con la cotidianidad.
Consiguiendo eso, sé que los proyectos y planes vendrán solos.
Siempre fue así.



domingo, 8 de febrero de 2015

Mi chico de Malasaña

Ya huele a tormenta,
rechinan veletas,
más tú, tú me puedes salvar.
Desciendes deprisa,
sin paracaídas
en tu escoba a todo gas.

Brujita - Nacho Vegas

No se qué es pero él tiene algo.

Al principio fue su presencia lo que me volvió loca. Es de esos tíos que ves y automáticamente te atraen como un imán. Encima, jugué con la ventaja de que fue él quién dio el primer paso, manifestando de forma directa su atracción por mi. No levanté mis cartas de inmediato y lo dejé hacer. Me invitó a un gin-tonic, empezamos a hablar de las edades y me hizo reír con sus bromas de tío experimentado con treinta y pocos. Estaba nervioso y se esforzaba en saber de mi. Fue en ese momento cuando decidí que se vendría a mi casa esa noche.

Durante el camino ya no había luces turbadoras de bar y empecé a fijarme en sus ojos inmensos y negros. Sus manos eran muy suaves y no sé por qué pero desde que salimos a la calle fuimos caminando de la mano, acariciándonos. Su boca era una provocación constante, al igual que su piel tostada. Me parecieron eternos los diez minutos que se tarda en llegar desde el garito a mi casa.

Allí le ofrecí una copa, por protocolo en realidad. Lo dejé en mi dormitorio y me fui a prepararlas, al llegar con las copas lo vi ojeando mis libros. Me miró y me dijo:

- Tienes buen gusto para la lectura, morena.

Yo le respondí:

- Y para los hombres también, bonito.

Solté las dos copas que ni catamos y empezamos a devorarnos. Me deleitaba lo observador y tranquilo que estaba, eso me hizo calentarme a fuego muy lento. Me miraba fijamente dejando claro que iba a complacerme sin reparos. Sus ritmos en mi cama eran casi hipnóticos, me llevó a un nivel de concentración en mi placer que no había conseguido jamás en la primera vez. Me movía a su antojo probando mi cama, mi escritorio, la puerta de mi armario empotrado y mi espejo de madera. 

Él en el sexo tiene un salvajismo brutalmente tierno que me excita exorbitantemente.

No hubo duda de que nos habíamos entendido bien así que, saciados, nos dormimos enroscados como un ovillo. Justo en ese momento me tenía abrazada de modo que su barbilla quedaba sobre mi frente, a la que bajó medio dormido para darme un beso y me dijo: "Duérmete, mi niña". 
Le hubiese dado incluso las gracias en ese momento, pero hubiera quedado fatal. Gracias por hacerlo todo tan natural y permitirnos el placer de dormir así y darnos cariño siendo dos desconocidos.

Los siguientes días recuerdo que pasé unas agujetas del carajo, me costaba agacharme la misma vida pero reconozcámoslo: las agujetas por follar de esa manera nos hacen sonreír. Así que, con gusto, pasé mis molestas agujetas.
Desde entonces hemos repetido cada vez que has podido escaparte al sur. Y, aunque no te lo diré, he notado que tus visitas son cada vez más frecuentes y ahora te haces el Madrid-Sevilla/Sevilla-Madrid un par de veces al mes. Y me encanta que tus frecuencias en mi vida vayan in crescendo.

Te fuiste de mi casa hace apenas unas horas y al mirar en mi escritorio he encontrado un ticket de una tienda de bocadillos en el Mercado de San Ildefonso y la programación de una sala de teatro en Triball. Cada vez que pasas por aquí dejas algo, como dejándome rastro de tu existencia por si la olvidase. Y reconozco que consigues el objetivo.

Y lo he ido guardando todo: los papeles del curro que te dejaste la primera vez, el calcetín que me cambiaste por error, la bufanda turquesa y ahora incorporaré el ticket del bocadillo y la programación teatral.

Y no sé qué es pero mi chico de Malasaña tiene algo. Algo adictivo porque hoy no sé qué daría porque durmiese aquí conmigo y volver a encontrar rizos en mis sábanas recién lavadas.

miércoles, 4 de febrero de 2015

La puta que sueña ser musa

Hay rachas, y no hablo de semanas o meses, en las que nos es más fácil conocernos desde fuera que desde dentro. Un buen día empezamos a ahondarnos, incluso a perforarnos para extraer respuestas: ¿qué pasa?, ¿qué estamos haciendo con la vida?.

El desaliento de subsistir en barras de bar empieza a pesar, la intensidad y los excesos de alcohol y drogas me estaba abrasando por dentro, el alimentar que no frenase el cortejo de hombres pasando por mi cama de metro y medio dejó de ser una diversión. Entonces empecé a ahondarme, taladrarme la cabeza y perforarme el corazón.

Reencontré cosas de mi que me encantan y las rescaté del hundimiento. Al hacerlo, mi ritmo de vida se fue relajando de manera natural y empecé a serme más productiva. Necesitaba serme fructífera porque me estaba empezando a no vislumbrar, cada día más lejos y al borde de caer a un precipicio sin nadie que diese la voz de alarma. Porque no hay nadie.

Y también reencontré otra cosa que pensé que ya no existía, y esa, no me gustó tanto como las otras. Pensé que se había evaporado fruto de aquello que llaman madurar pero no, ahí sigue.

Hay miles de chicas con atrapasueños en el techo del dormitorio, cientos de libretas con fragmentos de poemas y canciones anotadas, amantes de la poesía que coleccionan libros de literatura alternativa y todas nosotras estamos bien jodidas. 

Estamos jodidas por eternizar el pueril sueño de llegar a ser musas de cualquiera. No exactamente cualquiera. Musas de aquellos que nos parecen brillantes y que admiramos a pleno pulmón. Esos, esos nos volverán locas a corazón abierto. 

Y ahí estarán esas musas que son capaces de subsistir respirando el dióxido que nos ofrezca él, que fantasean con rescatar del naufragio a fulano o las que tienen la necesidad de demostrarse que el amor existe como lo soñó desde niña y para ese amor, tienes que sentirte su musa.

¡Pues no!

Me lanzo al vacío fiándome de una intuición que, aunque a veces falla, es la única en la que sé confiar y serle fiel. Empeñada en derretir corazones de hielo que no serán derretidos por mi sino por otras. Y yo lo deseo, lo ansío, me empeño en ello hasta debilitarme y desgastarme. 
Demolida, vivir se convierte en subsistir durante un tiempo.

Y llegan otros. Llega él.
A él no le apasiona la poesía, no entiende muy bien porque me encandila un tipo de cine o porque en el spotify hay una lista oculta para ser escuchada sólo cuando este sola. Son rarezas, pero se preocupa en hacerme saber que son anomalías que le encantan.
Él no quiere musas.

Y para él no hay una mujer que lo rescate de sus naufragios ni tenga lumbre para derretir sus miedos y cobardías de hielo. 
La mujer que él encuentra tiene una mordaza en la boca y cuerdas en las manos, descubre a una mujer fría y, aparentemente, segura de sí misma que no quiere entregarse. No es que no pueda brindarse a él, es que no quiere.

Y estoy profundamente cansada de ser dos mujeres. Cansada de ser la equivocada con el acertado y la exacta con el inexacto.

Creo que soy adicta a la tristeza, a la melancolía y al drama. Lo he sido siempre pero pensé que esa parte de mi habría madurado con veintiséis años pero no, ahí sigue la puta soñando ser musa.



lunes, 2 de febrero de 2015

Un invierno sin sol

Yo amé, con perdón.

Amé por encina de todas las cosas, que es,
permítanme que les diga,
de la única forma en la que se puede amar.

Yo viví 
en un cálido regazo del amor,
protegido bajo su techo,
comiendo de su misma mano,
aprendiendo el fuego hasta verlo arder,
hasta quemarnos.
Compartí su sudor
y ascendí en su alegría de peldaño en peldaño.
Es decir: de dos en dos.

¿Sabéis qué?
Yo tampoco creía en la magia hasta que la vi.
A ella.
Irradiándola, desprendiéndola,
descontrolando el tiempo
y cargándose con un gesto cualquier rutina impuesta,
criando una primavera en cada estación.

Solo quería decirles eso.
Decirles: yo tuve un reino y lo llamé hogar.
Y fue tan inmenso como el más pequeño de los detalles,
una puta barbaridad.
Así debía de ser mi cuento.

Sin embargo, escribo desde el dolor aquel
en el que solíamos gritar que todo acaba mal
porque si no, no acabaría.

Así fue
que todo se llenó de distancia
y de sangre,
todo se ensució de grietas y pudriéndo-
se pasó como una enfermedad
por delante nuestro,
un olvido por encima de nosotros
paseándose,
jodiéndonos, 
diciéndonos adiós,
a Dios reclamadle. 

Estas son mis ruinas y esta es mi voz,
un paseo con vistas a los escombros.
Si veis al amor por ahí, solo decidle que lo siento.
Que el frío se ha hecho ciudad,
y yo, solo, he aprendido a quemarme.
Que la poesía pague los destrozos
y su recuerdo sea mi única migaja de calor.
Esta es la historia de un derrumbamiento.
El infierno hecho paisaje.
Mi baile nupcial sobre el lodo.
Un invierno sin sol.

Encandar Algeet