martes, 17 de marzo de 2015

Adicta a la droga dura

Despiertas adicción porque sabes aparecer en la debilidad.
Cambias los hábitos naturales y te inyectas en las venas lentamente.
Te apoderas de las ideas, tambaleas la seguridad, decaen los pensamientos.
Cada raya provoca un colocón que te va aislando. Te deja recluida y sólo luchas por convencerte del buen efecto que provocas. No se te puede abandonar. Porque convences de que amas y necesitas.

La dependencia crea dependencia.

Cada chute te va hundiendo más pero no sabes salir. 
Eres cálida y arropas, como un lobo con piel de cordero,
eres egoísta, así que en las malas rachas, desapareces.
Estás libre de responsabilidades y las delegas en los yonkis que penden de ti.

Tu invitación constante: "báilame el agua".
Yo no quiero acabar como en la homónima novela de Daniel Valdés.
Así que fin del baile.

Aparece el mono, la abstinencia.
Confundida, busco justificaciones baratas para continuar con la autodestrucción, porque fomentas la aniquilación de una misma.
Consigues que me anule y me olvide de mi.
Esnifo tus problemas falseados. Me sostengo por levantarte, te pintas hundida aunque no lo estás. Estás hundiéndome.
Debilitas otorgando sensación de subidón, como la droga dura.
Eres la droga dura que crea rápida adicción.
Tú controlas la dosis y eres experta en vendar ojos para aislar del mundo.

Algo más de 62 semanas con esa droga bajo mi techo, 
viviendo conmigo y nutriéndose a mi costa.
Ya te saqué de mi o salí yo, qué más da
pero cada día me siento más limpia de ti.

Me quedo con la experiencia de haber tenido un veneno como tú en mis días. Y me has enseñado, pero yo no comulgo con la idea de que "la letra con sangre entra".
Y de sangre y dolor, tú entiendes de sobra. 

Eres una fatalidad y te quiero

lejos.
Lejos.
Lejos.



jueves, 12 de marzo de 2015

Mi Remedio

A ratos me asalta la culpa.
Esta mala racha dura demasiado y no termino de despegar. Una piedra diminuta me provoca una caída de la que me resisto a levantarme. Me he hecho adicta al suelo.

Pero existe ella.

Ella que a sus cincuenta y pocos conserva esa cara redonda de niña.

Ella con ese flequillo pícaro cayéndole al lado derecho de la cara.

Ella tan rubia, de tez blanca y con pequitas. Y no es porque me haya parido, pero es guapísima.

Ella siempre ahí. Haciendo que jamás me haya sentido sola.

Ella y su continuo esfuerzo por empatizar conmigo, pese a ser dos mujeres tan distintas.
O eso creía yo.
Somos muy distintas pero existe un matiz.
Es diferente nuestra superficie pero tenemos una esencia común. 
Y qué orgullo.

Que manera tiene de dejarse la piel por nosotros.
Es increíble, de verdad. No os lo imagináis.

No le gusta la política, sin embargo, mañana 13 de marzo hará 28 años casada con mi padre. Comunista hasta la médula, un luchador incansable al que ella adora. Siempre le ha apoyado y admirado. Se siente orgullosa cuando habla con la gente del barrio de la sencillez de su Quirós.

Cuida de mi hermano con una pasión inquebrantable. Él le permite todas las licencias que yo le quité de adolescente. Se desvive por su alegría y disfruta de que la deje cuidarlo como cuando era pequeño, pese a sus veintipocos.

Me llamo Ana por su abuela, a la que adoraba. 
Se deleita recordando como en el paritorio había un bebé que no paraba de llorar y a las demás madres les iban entregando a los suyos. Y allí seguía el bebé llorando a lágrima viva. Y sólo se silenció cuando lo pusieron en su pecho. Ella la miró y pensó: "Eres para toda mi vida".

Y soy suya para toda su vida. 

Ella me hace sentir que, pese al caos en el que vivo, todo va a ir bien. 
Cuando me dice: "nena, no te preocupes. Todo irá bien". 
La creo. La creo a ciegas.

No sé si el mundo tendrá o no tendrá remedio.
Sólo sé que yo tengo a mi Remedios y que mientras ella exista, en el fondo, todo me irá bien.



viernes, 6 de marzo de 2015

Fumarte la piel en luna llena

Todo intensidad y pasión. Siempre.
Cada paso y cada decisión tenía una sobredosis de deseo frenético.
Ya no me sucede así. Hay tanto frío a mi alrededor y yo estoy gélida.

Esta pena es como un fantasma que no consigo sacar de mi lado.
Se acuesta en mi cama cada noche, da igual si estoy sola o acompañada.
Una pena, ya, tan íntima.
Por eso me maquillo más que nunca, como si los labios rojos pudieran camuflar estos ojos saturados de rimel. Y, aún con rimel y lápiz waterproof, existen miradas a las que no puedo enfrentarme.
Porque me rompería y el pegamento ya no da más de sí.
No tengo fuerzas para recogerme aunque sé que tengo que asumir mis escombros, y dejarme de super glue. 

No me queda paciencia para nada ni nadie.
Y me pasa lo mismo que cuando estoy mala. Siempre me han dicho que soy muy mala enferma porque hago imposible que me cuiden.
Quiero estar sola, que me dejen en paz y el exceso de atenciones me pone de mala hostia.
En medio de este frío me pasa lo mismo.
No quiero a nadie conmigo porque desprendo temperaturas glaciales y no voy a permitir que nadie venga aquí.
Será egoísta, lo será. 
Estoy impasible y distante porque no sé hacerlo de otra forma.
Y me da miedo llorar. Hace meses que no lo hago porque me da pavor no poder parar cuando suceda. Me sucede lo mismo al pensar en hablar de mi. Hablo, tal vez demasiado, pero solo de estupideces. Sé que al hablar de mi terminaría rompiendo la huelga de lágrimas.

Pero me he puesto en marcha para ponerle fin a este quebranto de ida y vuelta gratuita durante dos años.
No voy a dejar que le siga siendo tan barato empujarme hacía abajo en plena pleamar. Ahogándome sin oponer resistencia.

Y será estúpido pero al leer a Riechmann anoche, me dio un arrebato de pasión, parecido a aquellos, y me he subí a fumar a la azotea porque era luna llena. Y me dormí sabiendo refugiarme en mi piel sin dañarme ni martirizarme si, a veces, te echo de menos.