El Guadalquivir. Me dio igual el lado de la orilla,
pero, así imaginé siempre la felicidad. En absoluto atisbé mi destino fuera de
sus orillas.
Porque Sevilla está tan dentro de mí como lo está mi madre;
como lo esta mi padre menando la cabeza mientras escucha alguna canción de esas
sin voz, sin cantante. Siempre ha defendido la música instrumental desde la
tajante pedantería de, o tienes una voz que mejora lo que escuchas o, mejor, cállate.
Realmente Madrid no es nada. Las distancias no son nada. No
puedo no recordar a Federico Luppi y su ¡La patria es un invento! Y su mítica
frase de que la nostalgia es un invento. Yo no sé si es un invento, pero sé que
la he sentido. Siento nostalgia de mi niñez en playas de Málaga donde las
únicas canas eran las de mi abuela. Siento nostalgia de mi intensidad y de mis
años de universidad. La siento, también, de mis noches de ron infinito bañándonos
en piscinas congeladas a las cinco de la madrugada. Siento nostalgia de mi
falta de resacas, de la falta de responsabilidades y de la ausencia de sentimiento de culpa
de no cumplir con las obligaciones estipuladas.
Pero realmente he ultimado la alusión a la nostalgia con
ensueño.
Él es mi ensueño. Con él me siento más Dulce María Loynaz de
lo que jamás la pude leer.
Jesús es ese refugio donde se encuentran el madurar y la
felicidad. Con todas sus curvas y oscilaciones. Es ese lugar donde te sientes
tan tú, que todo lo anterior mereció la pena. Me aporta esa armonía entre el
desahogo, el placer y mi yo más inconformista.
En fin, es que el tiempo pasa. Es que él esta en Berlín y dormir
sin él no es lo mismo. El descanso con él es distinto, aunque duerma bien. Al
final la patria son las personas y, Jesús es mi Patria.
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!
Dulce María Loynaz
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