Mi rechazo al barrio empezó en la
adolescencia y poco a poco se me fue enquistando de manera obsesiva.
Torreblanca estos días cambió de
color.
No me había dado cuenta de lo que
añoraba comer en casa y ver como automáticamente nos sentamos en nuestro sitio
en la mesa. La comida siempre desemboca en hablar de política con mi padre y es
el único que me tolera mis formas de mierda y mi crispación innata cuando se me
lleva la contraria.
El cigarro en mi patio. Mi patio
lleno de plantas de mis abuelas, recuerdo las discusiones de Isabel y María
acerca de quién nos regalaba las plantas más bonitas. Siempre han competido por
nuestro cariño las muy idiotas. Afortunadamente aún lo hacen.
Echarme la siesta en mi sofá y
que mi madre me despierte con la merienda. Hacía meses que no merendaba porque,
en realidad, no me gusta hacerlo sin ellos.
Echarle broncas a mi hermano por
sus pintas y su música es algo histórico pero estos días en casa no he seguido
mis cauces naturales. Mi niño es la persona con mejor corazón que conozco y me
admira una barbaridad. Nunca me había dado cuenta porque siempre ha estado
harto de que lo comparen conmigo y saliese perdiendo. Jamás saldrá perdiendo ni
ganando con respecto a mí porque me tiene a su lado y no enfrente.
Mi hogar es donde estén ellos y
estos días me han dado impulso. Impulso para sentir que no necesito refugiarme
en nada ni en nadie para no sentirme sola. Estar sola ha sido mi opción, no mi
obligación. Además de lo relativo de la soledad que, sin duda, estoy mucho
menos sola que hace dos años.
Y ya era hora de que me muriese
de alegría al ver a mi pelirroja en la cocina haciendo mil y un dulces, de observar
a mi padre en el sofá tocando Clapton con la guitarra porque sabe que lo estoy
escuchando y que me pregunte: ¿me sale bien? con la media sonrisa que se le
pone cuando toca para mí.
Torreblanca en otoño es
maravillosa porque sus calles son mi infancia, los caminos a casa de mis
abuelas, mis primeros besos y las primeras discusiones pasionales en sus
esquinas, las originarias paredes que comencé a encolar para pegar carteles del
Sáhara.
Me había olvidado de lo
torreblanqueña que soy.