sábado, 18 de octubre de 2014

Torreblanca

Mi rechazo al barrio empezó en la adolescencia y poco a poco se me fue enquistando de manera obsesiva.
Torreblanca estos días cambió de color.

No me había dado cuenta de lo que añoraba comer en casa y ver como automáticamente nos sentamos en nuestro sitio en la mesa. La comida siempre desemboca en hablar de política con mi padre y es el único que me tolera mis formas de mierda y mi crispación innata cuando se me lleva la contraria.

El cigarro en mi patio. Mi patio lleno de plantas de mis abuelas, recuerdo las discusiones de Isabel y María acerca de quién nos regalaba las plantas más bonitas. Siempre han competido por nuestro cariño las muy idiotas. Afortunadamente aún lo hacen.

Echarme la siesta en mi sofá y que mi madre me despierte con la merienda. Hacía meses que no merendaba porque, en realidad, no me gusta hacerlo sin ellos.

Echarle broncas a mi hermano por sus pintas y su música es algo histórico pero estos días en casa no he seguido mis cauces naturales. Mi niño es la persona con mejor corazón que conozco y me admira una barbaridad. Nunca me había dado cuenta porque siempre ha estado harto de que lo comparen conmigo y saliese perdiendo. Jamás saldrá perdiendo ni ganando con respecto a mí porque me tiene a su lado y no enfrente.

Mi hogar es donde estén ellos y estos días me han dado impulso. Impulso para sentir que no necesito refugiarme en nada ni en nadie para no sentirme sola. Estar sola ha sido mi opción, no mi obligación. Además de lo relativo de la soledad que, sin duda, estoy mucho menos sola que hace dos años.


Y ya era hora de que me muriese de alegría al ver a mi pelirroja en la cocina haciendo mil y un dulces, de observar a mi padre en el sofá tocando Clapton con la guitarra porque sabe que lo estoy escuchando y que me pregunte: ¿me sale bien? con la media sonrisa que se le pone cuando toca para mí.


Torreblanca en otoño es maravillosa porque sus calles son mi infancia, los caminos a casa de mis abuelas, mis primeros besos y las primeras discusiones pasionales en sus esquinas, las originarias paredes que comencé a encolar para pegar carteles del Sáhara.



Me había olvidado de lo torreblanqueña que soy.

4 comentarios:

  1. La soledad buscada o encontrada es necesaria y casi obligatoria, cuando realmente uno toma conciencia del Hogar, es cuando le salen las alas. No es algo que aprendas, sino algo que olvidaste saber, como tu olvidaste lo torreblanqueña que eras.
    Eres maravillosa.
    Besos

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  2. desconocía el lugar

    alguna foto para ilustrar

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  3. Qué bonito momento! Y es que volver a los orígenes a ratitos nos ayuda a poner los pies en la tierra.

    Disfruta!

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